Están locos estos brasileños. Los de la grada, que los del campo muy poco. Llegaron en avalancha sobre el Soccer City y lo llenaron entero, completamente enloquecidos. Brasileños por doquier, enfebrecidos, disfrazados, ajenos a la posibilidad de perder, como si la derrota no existiera, una palabra que no se contempla en su diccionario. Invadieron las gradas en mucho mayor número que los rivales, que están más cerca pero son menos eufóricos.

Abajo también se notó la diferencia. Brasil juega convencida de sí misma. Le da igual los sistemas, los esquemas, la posición en el campo o los corsés. Lucio aparece por la derecha como hacían los centrales de antaño, creando peligro, desequilibrando. Kaká es un hombre libre, va por donde quiere, tendiendo puentes aquí y allá para surtir de munición a Luis Fabiano y Robinho, que son pólvora en movimiento, sobre todo el sevillista. El ex madridista tiene mucha fanfarria y demasiado afán de protagonismo. Ve a su lado una camiseta amarilla, lista para el golpeo a la red, pero prefiere tentar a la dudosa gloria para él mismo.

Pero son pequeños detalles. En el concepto global son mucho más que Costa de Marfil que, además, salió a verlas venir. Si intentó quitar el balón a los brasileños no se les notó. Se les supone físico suficiente para ir al choque, intimidar y agobiar a los brasileños ahogándoles los espacios. Pero no hicieron nada de eso. Fueron timoratos, tímidos, como gigantes adormecidos, sin fe, acomplejados ante los alegres colegas que les mareaban por aquí y por allá.

Otro Kaká

En el alegre festival en el que Brasil convierte cada partido, hasta Kaká parece otro. Con huecos y libre albedrío para inventar parece otro. Suyo fue el pase sutil y delicado para que Luis Fabiano amartillase un disparo brutal, una bala de alto calibre que desmoronó a los africanos.

Los de Drogba tenían que haber dado un paso adelante en busca de algo, pero se quedaron mudos y ciegos, adormecidos en su bobería pues tenían algo de reyes pasmados destronados por el pícaro príncipe de turno.

Como bobos estaban, bobos se quedaron cuando Luis Fabiano les volvió a robar la cartera, a ellos y al árbitro que se comió dos manos seguidas del sevillista, para torear a toda la defensa marfileña y acabar decantando el partido. El fútbol también es de listos y si estás tontón, con la pájara, vienen los lobos y te acaban devorando. Así que llegó Brasil y todo fue ya una fiesta. Llegó el tercero de Elano, a un nuevo pase de Kaká, y los marfileños se quedaron en los huesos. El postrero gol de Drogba, premio a su esfuerzo individual, les valió para nutrirse levemente.