Un sector muy amplio de esta nación lleva años y años luchando por imponer una clase de fútbol que pensábamos era el camino correcto: el buen trato del balón, juego raso, elegancia, toque, distinción... Todo un signo de identidad que desterrara los vetustos valores de la furia, el arrebato y los cataplines sobre la mesa.

Ha sido un sendero en el que todos se han agrupado camino de una meta común: ser lo mejores. Aficionados, periodistas, técnicos y jugadores han luchado durante décadas para apartar como la peste a los resultadistas, a los cerrojistas y, en suma, a los acobardados que sólo pensaban en guardar la meta y olvidar la contraria.

Fue entonces cuando aparecieron los dos Xavis, un con v y el otro con b, los Villa, Torres, Senna, Capdevila o Casillas. Un frente unido que aunó a veteranos y jóvenes que llegaban. Luis consiguió aunar a todos y, sobre todo, hizo que creyeran en un modelo de fútbol: la posesión del balón como botín más rico, algo que tenía que ser el alma de la selección española.

Una vez iniciado el camino, sólo quedaba esperar que el talento se impusiera. Luis los ordenó y, una vez pasado el filtro de los cuartos, la confianza hizo el resto. Después, ya se sabe: la Eurocopa y el trayecto hacia el Mundial, última meta.

Luis se fue y Fernando Hierro eligió lo mejor: un hombre sensato, sin estridencias, inteligente y que sabía que para mejorar lo inmejorable había que mantener lo que había y cambiar lo menos posible. Su lema es claro: lo que funciona no se toca. Y aún así, manteniendo el bloque, Vicente del Bosque lo ha mejorado. Si habia dudas en el centro de la defensa las despejó con la llegada de Piqué. Reformó el centro del campo incorporando a Busquets por Senna. Añadió talento a Xavi con Iniesta e hizo un hoyo en el banquillo para darle más profundidad a la delantera con Pedro. Un retoque aquí y otro allá y ya tenemos a España mareando a todos. Nos queda Holanda pero ¿quién es Holanda?