Hay gente que tiene muy buena pluma (de la de escribir), pero ni así sería fácil explicar lo que es la exterioridad de este Mundial. Todo lo que había sucedido hasta ahora: colas, robos, esperas, distancias kilómetricas, sustos, atascos, todo, era un juego de niños si se compara con el momento en que de verdad empieza esto, es decir, el día de partido. Y si juega Sudáfrica más.

Las autoridades habían pedido a la gente que fuera al partido con dos horas de antelación. Los que les hicieron caso no llegaron, así de claro. El atasco fue tal que los autobuses de la prensa, que suelen hacer el recorrido desde sus hoteles al estadio en media hora, tardaron esta vez más de dos horas y media.

Ni un policía de tráfico, ni uno. Y todo el mundo parado. A todo esto, los controles eran nulos. En las shuttles de los medios de comunicación se subieron hasta mexicanos vestidos de Pancho Villa que, además, no se ocultaron. Si pasaba una furgoneta repleta de sudafricanos (donde cabían diez se metían treinta) con las vuvuzelas, allí contestaban los supuesto periodistas con más vuvuzelas. Insólito.

En el acceso al estadio los controles fueron de risa. Con tanto ruido si a uno se le olvidaba el reloj (o el Mágnum 44 si hubiese sido) sonaba, pero o no lo oían o les daba igual porque pasabas sin más. Algún cachondo hizo una prueba y cuando quiso pasar tres móviles con el correspondiente ruido le pararon. Dijo que eran móviles y ni lo comprobaron. Palabra de niño Jesús, y que pase otro. Así funcionaron las cosas en la cara de esta ceremonia inaugural.

Pero por dentro, en el estadio, cuando empezó lo oficial, fue todo lo contrario. Mandela no pudo asistir finalmente porque de nuevo le sobrevino la tragedia Una bisnieta suya, de trece años, falleció la noche anterior en un accidente de tráfico cuando volvía del concierto la noche previa al acontecimiento. Blatter y las demás autoridades le dieron el pésame en el discurso de inauguración. A continuación llegó un bello espectáculo de color africano muy bien montado. Hubo cazas del ejército (sííí, que sí que tienen) y cinco aviones de hélice realizando acrobacias tan cerca del estadio que aquello daba miedo.

Luego, cientos de figurantes con flamantes trajes típicos para esbozar el mapa de África. Después, más complicado aún, otros cientos de participantes vestidos de blanco para ir configurando el nombre de los 32 participantes en el Mundial. Y música, mucha música, y de la buena, de la étnica, no de las que la noche anterior habían mostrado Juanes y demás amigos de Julio Iglesias más alguna amiga de Nadal...

Un partido intenso

Y empezó el fútbol, que ya era hora. El choque lo pudo ganar cualquiera y, como suele suceder en estos casos, acabó en empate. México estuvo a punto de perderlo, por ingenua, por torpe, por poca cintura desde el banquillo, por todos esos pequeños detalles que acaban castigando a los tímidos en un evento tan igualado como este.

Los de Aguirre llevaron la iniciativa siempre, jugaron mejor al fútbol, tocaron y marearon, pero no acertaron en los metros finales. Y el técnico, de gorda cintura, no lo vio. Tenía a Guardado y, sobre todo, al "Chicharito" Hernández, que es un estilete, y que le hubiera venido de maravilla. Pero se obcecó con un equipo romo, sin punta, uno de esos equipos propicios para el fútbol directo que tiene Sudáfrica.

Los locales no son nada del otro mundo. Se ordenan atrás, tapan mucho con su formidable físico y el fútbol directo que practican les da mucha rentabilidad.

Así que después de soportar mil y una ocasiones fallidas del rival, tuvo una y Tshabalala metió un chicharro que el propio "Chicharito" hubiera querido para sí mismo. Entonces sí, Aguirre metió metralla en el campo, pero sobre todo sacó a Guardado, que tiene guantes en las botas. Metió un centro inesperado al segundo palo y por ahí apareció el desaparecido Márquez para certificar un empate que tiene un sabor agridulce para los dos. Ambos tuvieron el oro en sus manos y ambos lo soltaron.