Ni trampa ni cartón. O al menos eso pareció. No es que uruguayos y mexicanos corrieran y corrieran huyendo de los argentinos, es que en la estampida atropellaron, pegaron, trabaron, dieron cabezazos y codazos por doquier y pusieron una intensidad tal en la pelea que a pocos se les pasó por la vista o la mente la palabra tongo.

El asunto deportivo en sí es que Uruguay tiene lo que no tiene México, o si lo tiene Aguirre se lo guarda para no se sabe qué ocasión. El técnico sacó a Guardado, como le clamaba la afición y el mundo entero, pero se dejó en el banco a Chicharito Hernández a favor del Guille Franco que, sí, es un tipo muy querido, pero que puede estar disparando a puerta desde dos metros y sin portero y las envía fuera porque el hombre juega bien al fútbol pero la red no la tiene entre ceja y ceja y no la ve ni en sueños.

Así que todo el buen fútbol que hizo México se quedó en agua de borrajas. Y sin embargo, las veces que se acercaba Uruguay aquello olía a chamusquina. Tabárez tiene a Luis Suárez, que las enchufa con sólo mirarlas, y a Forlán, que es peor. Ni mirarlas necesita. De ahí que todo lo que hacía Uruguay olía a pólvora y lo que hacía México a fuegos artificiales.

Los goleadores como los que tiene Uruguay no necesitan mucho. Suárez perdió una ocasión, pero no la segunda. Metió un cabezazo mortal a la menor que le dejaron y puso a los mexicanos contra las cuerdas, a expensas de que los sudafricanos siguiesen troceando el árbol caído, y machacado, de los franceses.

Llamas en el jardín mexicano

Si Aguirre había hecho cosas incomprensibles en este Mundial, aún las hizo mayores en la segunda mitad. Quitó a Guardado, el único que habia creado peligro, y dejó en el campo a Blanco, una antigualla presto para la decoración. El poco gancho que habia tenido México desapareció al instante mientras que Uruguay seguía buscando a Luis Suárez, que es una serpiente pitón, mucho más si detrás está Forlán buscándole para encontrarle.

Al cuarto de hora el griterío mexicano desde la grada era tan fuerte que Aguirre se dio por enterado. Quitó a Blanco y metió a Chicharito en busca de algo más. Oía las celebraciones sudafricanas, intuyendo cómo se acercaban a los cuatro goles y decidió que debía poner algo de tralla arriba.

Entonces el gol francés vino en su ayuda e hizo respirar a unos y a otros. Tal y como estaban las cosas salvaban el honor, la honra, la casa y la bolsa. No hubo mucho más. Con el tanto galo todo el mundo decidió sacar bandera blanca y dejar las cosas como estaban. Uruguay era primero y eludía a Argentina, México se clasificaba al fin y al cabo, y los sudafricanos se fueron a casa (al hogar, que en casa ya están) y guardaron las vuvuzelas en el armario, que ya era hora. Pesados...