«¡Vamos, vamos!», gritaban varios jugadores de la selección española cuando alcanzaron la puerta del vestuario en el estadio de Green Point, en Ciudad del Cabo. El equipo se acercó a la imagen de los últimos meses. En juego y en resultados. España fue España y tumbó a Portugal con empaque. Se esfumó el fantasma de la depresión. Adiós a la sombra de Suiza para pensar en cotas más importantes.

A los jugadores les ha cambiado la cara. Una imagen que se asemeja a la que pudieron observar los enviados especiales en la zona mixta del mítico Prater cuando España salvó el escollo de los cruces ante Italia desde el punto de penalti. Una sensación que no es extraña para la mayoría de los internacionales convocados para disputar este Mundial.

La selección ha recuperado el sitio. Tiene la mente despejada y, lo más importante, sólo piensa en Paraguay por mucho canto de sirena que llega desde el exterior de la concentración. Las nuevas tecnologías sirven de cordón umbilical para que los internacionales estén conectados con el exterior.

Humildad a cubos

La afición se echó a la calle con el triunfo ante Portugal y ahora se ha regenerado el brote de ilusión previo al estreno con Suiza. Lo saben, pero siguen impermeables. Ya lo fueron cuando cayeron los primeros palos y ahora pretenden mantener la misma postura. Paso a paso, con humildad. Paraguay por todos lados. Cuartos de final grabado en las paredes de la habitación con el Ellis Park de Johannesburgo. Nada de Argertina o Alemania ni de Durban, el escenario de la semifinal.

En esta selección hay jugadores que conocieron una situación similar en el Mundial de Japón y Corea 2002. Por entonces, España accedió a los cuartos de final después de eliminar a Irlanda en un partido agónico en la tanda de penaltis. Quedó emparejada con la anfitriona Corea. Una ocasión pintiparada para acceder a las semifinales. Un bomboncito apetecible. La calidad del equipo europeo contra el entusiasmo de una selección que peleaba por todo un país. Luego llegó el juez de línea trinitense Michael Ragoonath y el impresentable colegiado egipcio Gamal Al Ghandour para certificar la defunción deportiva de la selección.

Fernando Hierro, ahora director deportivo de la Federación Española de Fútbol, Íker Casillas, Puyol o Xavi saben muy bien cómo explicar a sus compañeros lo que significa pelear con un rival de menor entidad si no se ponen los cinco sentidos en el césped.

Lección aprendida

La lección está aprendida. Eso dicen los actores principales. Hay euforia contenida. Nivel cero. Pies en el suelo. Discursos contenidos. No quieren marcharse del Mundial con la cara de tonto que algunos se trajeron de Kwangju. Paraguay es una selección inferior a España. Eso lo corroboran los papeles del ranking FIFA y de la mayoría de los analistas. Pero hay que jugar. Nadie duda que es una buena oportunidad para sacar billete de semifinales. Partido trampa, sin duda. El resultado dependerá de cómo lo afronten los internacionales españoles. Ellos son su principal enemigo ahora que han enderezado el camino. Desde el resbalón contra Suiza han ido encadenando final tras final sin red.

La selección regresó ayer de Ciudad del Cabo y los internacionales gozaron de poco más de tres horas libres para enseguida incorporarse al entrenamiento. En la sesión hubo dos protagonistas: Fernando Llorente y David Silva. El delantero del Athletic fue acribillado por las cámaras de los fotógrafos y sometido a una vigilancia extrema por todos los enviados especiales. Un partido que le ha podido cambiar la vida a Llorente si mantiene el nivel de participación y de éxitos en el equipo.

El otro actor fue el ya ex jugador del Valencia. Se confirmó su fichaje por el Manchester City y será presentado después del Mundial. Silva quería cambiar de aires y era el momento porque su club necesitaba dinero y aliviar la grave situación económica.

Mientras, en el gimnasio, Fernando Torres cargaba pilas para la batalla del Ellis Park.