«Escribiendo el futuro». Una leyenda que ocupa un edificio de veinte plantas con el rostro de Cristiano Ronaldo en una zona céntrica de Johannesburgo.

Marketing a gran escala. Una fórmula de vender imagen y marca a lo bestia, de la que participan las principales figuras del planeta fútbol. Es fácil darse un paseo por las principales ciudades sudafricanas y encontrarse con Messi, Kaká o Rooney. Los «gurús» de la Copa del Mundo. Reclamos publicitarios para alimentar el campeonato.

Un efecto mediático que se ha cortado de raíz en los cuartos de final. El primero en hacer las maletas fue Kaká. Su fe se quedó corta ante Holanda y Brasil se marchó por la puerta de atrás. Con mejor juego que en el Real Madrid, pero con un cero en el casillero. «Dios es fiel», reza en la leyenda que acompaña a su firma, pero en el Mundial hay demasiados feligreses implicados.

Messi se va en blanco

También Messi se marcha de vacío, desencantado por la mala gestión táctica de Maradona. Otra figura arrastrada al precipicio. Otro símbolo con los ojos húmedos antes de subir al avión rumbo a casa. Alemania selló su salida del país y su imagen cayó por los suelos. Un caso similar al de Cristiano Ronaldo. CR escribió su futuro con renglones torcidos de la mano de Carlos Queiroz. Se acabó la gomina y el pendiente megacaro en la oreja izquierda durante el calentamiento. Su halo se esfumó en el choque de octavos, ante España. Un gol y punto. Su valor descendió hasta el punto que se debatió más uno de sus escupitajos que cualquiera de sus acciones en el campo. Ahora prima su paternidad, descubierta a través de las redes sociales.

Inglaterra se sostenía con Capello y con Rooney, uno de los posibles fichajes del verano para los grandes clubes que tienen dinero. Cero goles. En octavos se marchó a la isla. Otro bien pagado que suspendió. El Mundial es para supervivientes, como David Villa. No es tan conocido en los mercados que acapara la «Premier», pero ha subido su caché internacional de forma radical. Cinco goles en cuatro partidos. Una nómina reconocida por los aficionados. Ahora, cada vez que su figura aparece en los videomarcadores de los estadios se desmadran las vuvuzelas. Y cuando marca levanta al público. «Vila, Vila, Vila...», cantan en «africans» mientras se hace cada vez más reconocible su rostro y su número. Es el siete de España.

David Villa se ha ganado el derecho a estar entre los grandes. Ya fue Bota de Oro en el último Europeo y el Barcelona ha pagado cerca de 42 millones de euros al Valencia para hacerse con sus servicios, una operación cerrada antes de la gran cita sudafricana ya que ahora, seguramente, su precio sería mucho mayor después de tanto festejo. Tiene lo más caro del fútbol, el gol. Y ya sale reforzado del campeonato. Podría mejorar su imagen si la selección sigue con vida y mantiene la racha de aciertos. El futuro lo escribe Villa y su pie del 38 en las botas, en donde recuerda su amor eterno por España. Asturias y su familia.